Mientras en Ferrol, las
autoridades y corporaciones civiles y militares se hallaban reunidas en el
palacio del Capitán General celebrando la onomástica de S.M la Reina María
Luisa, se reciben las primeras noticias de la aproximación a nuestras costas de
una gran flota inglesa. Dado que era frecuente por esta zona el paso de los
buques ingleses en sus travesías, no se le dio tampoco mayor importancia a la
presencia de esta, aunque si se la siguió controlando desde la vigía.
En un primer momento se pensó que
la escuadra inglesa se dirigía hacia el sur en dirección a Egipto, en apoyo del
almirante Nelson, pero poco tardaron nuestros vigías en ver las verdaderas
intenciones del invasor.
Varios avisos más fueron enviados
al Palacio de Capitanía enviados desde los puestos de vigía de Monte Ventoso,
Prior y Campelo, alertando a las autoridades de las maniobras que estaban llevando
a cabo los ingleses, por lo que el general de la Escuadra española, ante la
insistencia de los vigías, se desplazó en lancha hasta el apostadero de la
Graña, acompañado de su ayudante Power y desde allí se dirigieron al puesto de
vigía en donde estuvieron un buen rato observando y contando la cantidad de
buques que se estaban aproximando a la costa de Doniños, en donde las primeras naves
ya comenzaban con los preparativos para el desembarco.
Eran cerca de las cuatro de la
tarde del día 25 de agosto, cuando el almirante Warren ordenó el desembarco de
las tropas en los arenales de Doniños, San Jorge y Cobas.
Los avisos de las vigías de
Campelo, Prior y Monteventoso no dejaban duda de que se iba a producir un
ataque a la plaza, por medio de una gran flota inglesa compuesta por más de
cien barcos.
Rápidamente se mandaron recados a
Ferrol para informar al general del Departamento D. Francisco Melgarejo y al
Gobernador Militar de la plaza el mariscal de campo conde de Donadio de lo que
estaba sucediendo en las proximidades de nuestras costas.
La prisa en conocer la realidad
de la situación aceleró el paso de los militares que exhaustos llegaron al
puesto de vigía. La sorpresa para ellos fue mayúscula, el mar estaba cubierto
de barcos que ocupaban los frentes de las playas de Cobas, San Jorge y Doniños,
su número centenario. Desde los buques transporte más próximos a la playa se continuaba
arriando botes los cuales una vez cargados de soldados y pertrechos, enfilaban
sus proas en dirección de la ensenada de la Punta de Lobadiz.
El pequeño fortín de Doniños se
preparó para la defensa de la playa con la pobre artillería con la que estaba
dotado. No había tiempo para refuerzos ni reparaciones, había que tratar de
retrasar el desembarco enemigo en la medida de lo posible, hasta que llegasen tropas
desde Ferrol en su auxilio. Mandaba este fortín el teniente D. Andrés Santiago,
que junto con el sargento Estévez y treinta y dos soldados de artillería componían
toda la dotación en aquellos momentos.
El Teniente ordenó la defensa,
los artilleros se situaron al pie de los 11 cañones útiles con que contaban,
dispuestos a inmolarse en cumplimiento de su deber, y en un vano intento de
repeler al enemigo dispararon la primera andanada de cada cañón. A pesar de
haber tantas embarcaciones en el mar ningún disparo acertó en el blanco.
No dio tiempo a reponer la
pólvora en los cañones. Los ingleses rápidamente tomaron nota de donde partían
los disparos y no dudaron un momento en hacer callar la defensa española. Una
lluvia de metralla cayó sobre nuestros heroicos defensores que mal heridos se vieron
obligados a abandonar la posición.
El Comandante después de analizar
toda la información llegada desde Monteventoso, y demostradas las intenciones
del invasor, apresuradamente dio por terminada la jornada al personal civil que
trabajaba en el arsenal con objeto de preparar la defensa de la base.
Mientras en la playa de Doniños,
los primeros ingleses desembarcados se colocaban en perfecta formación a las
ordenes de sus capitanes.
Una vez situados se formaron las patrullas de oteadores
que irían señalando el camino a seguir por el resto del ejército, dividiéndose
este en tres alas, una ascendería hacia los altos de Brión, otra bajaría a la
Graña y la tercera se dirigiría para Ferrol por el valle de Serantes, para ello avanzaron rodeando el lago de Doniños.
A la caída de la tarde, las
primeras avanzadillas enemigas ascendiendo por el “Coto do Gato” y “montes de
Cha” se aproximaban a Brión en busca de la ruta que les condujese sobre los
altos del Castillo de San Felipe y los arsenales de la Graña, mientras las
otras dos eran frenadas en los altos de Valón.
Las campanas de las iglesias de
la comarca no cesaban de sonar avisando al pueblo del peligro que se cernía.
Eran poco más de las siete de la
tarde cuando las primeras tropas inglesas comenzaban a tomar posiciones en los
altos de la Graña.
Las gentes de Brión, huían
despavoridas del invasor. Por la carretera que desde el Castillo de San Felipe
conduce a la Graña, llegaban a la plaza de la villa muchos de los vecinos que huían
ante el temor de la pronta aparición del enemigo, otros se habían embarcado en
botes que los trasladó a Mugardos.
En Ferrol fueron reclutados
quinientos hombres de la escuadra y del regimiento de Asturias que al mando del
comandante del San Agustín, D. Juan de Dios Topete, designado para este cargo
por ser el mas antiguo, partieron en dirección al monte de Brión con el objeto de
interceptar al enemigo y retrasar lo más posible el avance de los Ingleses. Mas
de 700 voluntarios de Ferrol se unieron a los 500 hombres del comandante Topete
y juntos partieron rápidamente hacia los altos de la Graña.
A las inmediaciones del campo de
batalla se estaban acercando ya las tropas mandadas por el comandante Topete
que rápidamente organizó a sus hombres.
Mientras la mañana avanzaba, en
el arsenal de la Graña también se empezaban a formar los primeros pelotones
para subir al monte. Los primeros en emprender la marcha hacia el frente fue el
teniente Manuel Rodríguez, que con el sargento Andrés Pita, éste de Doniños, y
18 marineros comenzaron el ascenso por el camino de la Perdiz hasta llegar al
Souto con el objeto de observar y atajar, en la medida de lo posible al
enemigo.
El teniente y sus hombres
cruzaron los primeros disparos con al invasor, que retrocedió en busca de
refuerzos. En este primer contacto con el enemigo resultó herido, aunque no de
consideración, el sargento Andrés Pita.
Mientras las tropas de Topete y
las de la Graña hacían frente al enemigo, en Ferrol se seguían reclutando
hombres para enviar al monte, un total de dos mil soldados se pusieron a las
ordenes del conde de Donadío. Los combatientes españoles no sabían a ciencia cierta
con quien se estaban enfrentando, los jefes si lo sabían, el primer choque
entre ambos bandos fue brutal, causando importantes bajas en ambos lados.
Mientras se luchaba en el frente,
en el castillo de San Felipe, por medio de la maestranza, se reforzaban las
posiciones con nuevos cañones ya que estaban bastante desguarnecidas por la
zona de la gola. También se reforzó el número de defensores con una compañía de
Guadalajara.
Diez lanchas cañoneras se situaron
al frente del castillo de La Palma formando cordón mandadas por el capitán de
fragata D. Francisco Vizcarrondo- Haciendo frente con los arsenales de la Graña
se colocó una batería flotante de siete cañones del veinticuatro.
Este grupo lo componían cerca de
doscientos hombres entre militares y paisanos voluntarios. Se dividieron en dos
grupos, uno al mando del capitán Núñez ascendería por la cara norte del monte y
el otro con el teniente Cristóbal por la cara sur tratando de abrirse en abanico
lo máximo posible con el objeto de simular ser mas cantidad de hombres.
Los vecinos de Brión, que también
se habían armado con toda clase de herramientas agrícolas, se unieron a orillas
del río de la Perdiz con el teniente Manuel y sus hombres, que ya caminaban en dirección
a Liñares para tomar posiciones. Por la cara oeste del monte se sentía el
alboroto del ejercito inglés que ya comenzaba su ascensión hacia el Campo de
Cha, mientras en las playas los navíos no cesaban de desembarcar tropas y
pertrechos.
La playa de Doniños se encontraba
totalmente cubierta de hombres, caballos y máquinas de guerra. En el mar el
agua dejó de verse por unas horas, todo eran barcos y botes enfaenados en la descarga
de su gran potencial bélico.
Los gritos de los oficiales
ingleses organizando el ataque retumbaban por el valle. Los últimos habitantes
de Doniños habían huido hacia Ferrol.
En el mar, siete navíos, dos de
ellos de tres puentes, seis fragatas, cinco bergantines, dos balandras, una
goleta, y ochenta y siete buques de transporte, al mando del general Pultney
protegían a los desembarcados.
Más de doce mil hombres componían
el ejército inglés, de los que diez mil de ellos, bien pertrechados, ocuparon
el arenal y alrededores de Doniños. La banda de tambores y gaitas escocesas rompía
con sus sones el rumor del tropel de gentes que se afanaban en subir todo su
potencial armamentístico hacia los altos del monte.
En el puerto se hallaba una
escuadra española lista para zarpar al mando del teniente general de la Armada
D. Joaquín Moreno. Esta escuadra estaba compuesta por los navíos Real Carlos y
San Hermenegildo, de 112 cañones; el Argonauta, de 80; el Monarca y el San
Agustín, de 74; las fragatas Asunción, Mercedes, Clara y La Paz, de 34; el
bergantín Palomo y la balandra Alduides
Las defensas de la Cortina y el
baluarte de San Juan ya estaban con los cañones cargados y listos para entrar
en combate para la defensa del puerto.
Había que abortar el ataque por
mar de los ingleses. Se había reforzado la guarnición de los castillos de San
Felipe, San Carlos, San Cristóbal y Viñas y los de la Palma y San Martín.
Se
colocaron en las “enganchiñas” las cadenas de cierre de la boca de la ría entre
los castillos de San Felipe y San Martín. Todos los hombres se hacían pocos
para defender la plaza ante la gran avalancha inglesa que se avecinaba.
Los barcos que se hallaban en el
fondeadero de la Graña corrían peligro al estar bajo el fuego enemigo por lo
que fueron situados entre la ensenada de la Redonda y a lo largo de la costa
del Seixo formando con los que ya estaban allí una media luna, preparándose
para entrar en combate, el resto de los buques fueron situados al pie de las baterías
del Promontorio en la ensenada de la Malata.
Todas las embarcaciones de la ría
estaban a disposición de los defensores, pero en ocasiones se hacían
insuficientes dada la gran cantidad de personas que en el muelle se encontraban
dispuestas para su traslado a la Graña.
Cortando el acceso a Ferrol por
Serantes se encontraba el regimiento de Orense, que situados en formación de a
dos para simular ser mas combatientes, dominaban los montes de Cobas, Esmelle y
San Xurxo, al igual que los granaderos y cazadores provisionales, que habían
llegado desde Xubia, lo hacían en los altos de la Graña.
La formación de las tropas para
esta batalla era: al centro las compañías de granaderos de Milicianos, Asturias
Inmemorial del rey y Guadalajara; a la derecha los Fusileros del rey, y a la
izquierda los de Asturias al mando de sus respectivos jefes D. Rodolfo Gautier
y D. Francisco Fulgosio. Las tropas de
primera línea atacaron al enemigo obligándole a retroceder, con grandes pérdidas,
de las posiciones privilegiadas que tenían.
El Gobernador Mariscal Conde de
Donadío, encargado de la defensa de la plaza, desde el primer momento tomó las
riendas de la defensa de los arsenales desde el propio monte. Al abrigo de unos
grandes peñascos formó su Cuartel General desde el que dirigía sus escasas
tropas.
Hecho ya dueño de las alturas, el
conde de Donadio, estiró sus fuerzas para no ser rodeado por el enemigo, como
lo intentó en varias ocasiones por la izquierda; previno al brigadier Pedro
Landa que avanzase, lo que hicieron con gran valor. Más tarde el conde se
retiró con sus fuerzas para la ciudad, con el objeto de tomar posiciones ante
un eventual ataque a la plaza.
El alistamiento de civiles a la
causa fueron muchos, se puede decir que duplicaban en número a los militares. El
goteo de paisanos no ceso en sus incorporaciones al frente, no había edad para
la lucha, tenía que valer todo y todos para defender Ferrol, nadie en la
comarca quería un segundo Gibraltar en España y el pueblo estaba dispuesto a
inmolarse por rechazar al enemigo invasor.
Una ligera brisa del nordeste
acompañaba a los combatientes en lo alto del monte, quienes para restar euforia
al invasor encendieron multitud de hogueras, hogueras en las que se arrojaba
material verde con el objeto de producir mucho humo, con lo que por un lado despistarían
al enemigo sobre el número de defensores y por otro el humo les haría más
difícil su ya penoso avance. Desde el monte de Canido los vecinos de Ferrol
contemplaban el infernal espectáculo.
Los ingleses más avanzados, en
número de cuatro mil, estaban próximos al campo de Cha y captaban perfectamente
el rugir de la muchedumbre que tenían en frente. El recelo a lo desconocido iba
haciendo mella en la soldadesca invasora.
Los ingleses intentaban romper
una y otra vez las defensas españolas tratando de cercarlos, más el arrojo de
nuestros paisanos y su guerra de guerrillas, causaron importantes bajas en las
filas enemigas desbaratando los planes del invasor y mermando la moral en sus
filas.
Había que darse prisa, los
ingleses iban tomando posiciones en su cerco al castillo de San Felipe.
Todavía faltaba por llegar una
brigada reclutada en la Coruña, ésta había intentado desplazarse por mar pero
parte de la escuadra inglesa estaba maniobrando para situarse en la ensenada
del Río de la Cruz en la boca de la ría con la intención de atacar los
castillos desde el mar, por lo que decidieron desembarcar en Ares y trasladarse
al Seixo desde donde serían llevados en barcazas hasta la Graña.
El almirante Waren comenzaba a
impacientarse por los malos resultados del ataque, quizás que Londres le
pidiesen explicaciones de tal desastre, la duda le preocupaba, la noche se le
hizo eterna, hasta el punto de no poder conciliar el sueño.
Era la tarde del día 26 de agosto
y la calma chicha de la que habían disfrutado para realizar el desembarco los
ingleses se estaba terminando, el viento estaba rolando hacia el oeste y el mar
empezaba a romper cada vez con más fuerza sobre la costa. Las olas ya empezaban
a dificultar el acceso de los botes a la playa. El temor al garreo de las
anclas de los navíos empezó a inquietar a sus comandantes que no sabían como se
las traía el mar en nuestras costas.
El Almirante ordenó el ataque
definitivo sobre el Castillo de San Felipe, ya que el tiempo apremiaba para la
entrada de la escuadra en la ría. El ataque se inició en todos los flancos, pero el Castillo resistió la ofensiva gracias a sus
dos piezas de artillería y a las lanchas cañoneras, así como al fuego abierto
desde el fuerte de La Palma (en la orilla opuesta).
Una
partida de ingleses ascendió por el valle de Doniños hasta llegar al alto de
Balón, allí se dividió. Uno de los grupos bajó por Balón Vello hasta llegar a
San Antonio, el otro se dirigió camino de Brión y desde allí bajando por la Camposa
y la Corredoira de la Buxateira llegaron a la calle de San Antonio de la Graña.
Como un reguero de pólvora se
corrió la noticia de la penetración de los invasores en la villa de la Graña. El
pillaje fue la tónica de los ingleses que no dejaban casa por registrar, casas
que se encontraban sin gentes por haber huido todos para esconderse en el
monte.
Mientras en el castillo, una vez
más el arrojo de los voluntarios y las fuerzas defensoras de la fortaleza
rechazaron a los ingleses.
Viendo la imposibilidad de tomar
Ferrol ante la regia defensa de sus oponentes, el Almirante Waren ordenó la
retirada. Los defensores continuaron con el ataque de guerrillas causando
importantes bajas en los atacantes.
En la playa el reembarque de las
tropas a los buques se estaba complicando mucho más de lo previsto por el mando
inglés, varios botes cargados de pertrechos y personal volcaron por la acción
del oleaje causando víctimas entre sus ocupantes. En los arenales de Cobas y de
Doniños quedaron abandonados varios de los botes
La noche estaba tocando a su fin,
y el alba hacía su aparición sobre los montes de Neda. Los defensores de Ferrol
aunque agotados por el esfuerzo del día anterior retomaron entusiasmados las
armas. No había que dar baza al enemigo y la sorpresa seguía siendo su mejor
arma.
Concluido el reembarque al
amanecer del día 27 dio vela toda la expedición. El bochorno sufrido en
nuestros montes por los orgullosos soldados ingleses rebasó con mucho la
euforia ganada en Gibraltar. En esta ocasión el tiro les había salido por la
culata. El dominio inglés en nuestros montes duró treinta y seis horas, y en
este asalto los ingleses dejaron gran cantidad de bajas también en la prisión
del arsenal varios ingleses quedaron detenidos.
Relato extraído del Libro El
Fontelo, Autores: José Antonio y Fernando Couselo Núñez
Fuentes: