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domingo, 19 de mayo de 2013

Defensa a ultranza de Ferrol (25 y 26 de agosto de 1800)

Mientras en Ferrol, las autoridades y corporaciones civiles y militares se hallaban reunidas en el palacio del Capitán General celebrando la onomástica de S.M la Reina María Luisa, se reciben las primeras noticias de la aproximación a nuestras costas de una gran flota inglesa. Dado que era frecuente por esta zona el paso de los buques ingleses en sus travesías, no se le dio tampoco mayor importancia a la presencia de esta, aunque si se la siguió controlando desde la vigía.

En un primer momento se pensó que la escuadra inglesa se dirigía hacia el sur en dirección a Egipto, en apoyo del almirante Nelson, pero poco tardaron nuestros vigías en ver las verdaderas intenciones del invasor.

Varios avisos más fueron enviados al Palacio de Capitanía enviados desde los puestos de vigía de Monte Ventoso, Prior y Campelo, alertando a las autoridades de las maniobras que estaban llevando a cabo los ingleses, por lo que el general de la Escuadra española, ante la insistencia de los vigías, se desplazó en lancha hasta el apostadero de la Graña, acompañado de su ayudante Power y desde allí se dirigieron al puesto de vigía en donde estuvieron un buen rato observando y contando la cantidad de buques que se estaban aproximando a la costa de Doniños, en donde las primeras naves ya comenzaban con los preparativos para el desembarco.

Eran cerca de las cuatro de la tarde del día 25 de agosto, cuando el almirante Warren ordenó el desembarco de las tropas en los arenales de Doniños, San Jorge y Cobas.

Los avisos de las vigías de Campelo, Prior y Monteventoso no dejaban duda de que se iba a producir un ataque a la plaza, por medio de una gran flota inglesa compuesta por más de cien barcos.

Rápidamente se mandaron recados a Ferrol para informar al general del Departamento D. Francisco Melgarejo y al Gobernador Militar de la plaza el mariscal de campo conde de Donadio de lo que estaba sucediendo en las proximidades de nuestras costas.

La prisa en conocer la realidad de la situación aceleró el paso de los militares que exhaustos llegaron al puesto de vigía. La sorpresa para ellos fue mayúscula, el mar estaba cubierto de barcos que ocupaban los frentes de las playas de Cobas, San Jorge y Doniños, su número centenario. Desde los buques transporte más próximos a la playa se continuaba arriando botes los cuales una vez cargados de soldados y pertrechos, enfilaban sus proas en dirección de la ensenada de la Punta de Lobadiz.
El pequeño fortín de Doniños se preparó para la defensa de la playa con la pobre artillería con la que estaba dotado. No había tiempo para refuerzos ni reparaciones, había que tratar de retrasar el desembarco enemigo en la medida de lo posible, hasta que llegasen tropas desde Ferrol en su auxilio. Mandaba este fortín el teniente D. Andrés Santiago, que junto con el sargento Estévez y treinta y dos soldados de artillería componían toda la dotación en aquellos momentos.

 

El Teniente ordenó la defensa, los artilleros se situaron al pie de los 11 cañones útiles con que contaban, dispuestos a inmolarse en cumplimiento de su deber, y en un vano intento de repeler al enemigo dispararon la primera andanada de cada cañón. A pesar de haber tantas embarcaciones en el mar ningún disparo acertó en el blanco.

No dio tiempo a reponer la pólvora en los cañones. Los ingleses rápidamente tomaron nota de donde partían los disparos y no dudaron un momento en hacer callar la defensa española. Una lluvia de metralla cayó sobre nuestros heroicos defensores que mal heridos se vieron obligados a abandonar la posición.

El Comandante después de analizar toda la información llegada desde Monteventoso, y demostradas las intenciones del invasor, apresuradamente dio por terminada la jornada al personal civil que trabajaba en el arsenal con objeto de preparar la defensa de la base.

Mientras en la playa de Doniños, los primeros ingleses desembarcados se colocaban en perfecta formación a las ordenes de sus capitanes.

Una vez situados se formaron las patrullas de oteadores que irían señalando el camino a seguir por el resto del ejército, dividiéndose este en tres alas, una ascendería hacia los altos de Brión, otra bajaría a la Graña y la tercera se dirigiría para Ferrol por el valle de Serantes, para ello avanzaron rodeando el lago de Doniños.
 

A la caída de la tarde, las primeras avanzadillas enemigas ascendiendo por el “Coto do Gato” y “montes de Cha” se aproximaban a Brión en busca de la ruta que les condujese sobre los altos del Castillo de San Felipe y los arsenales de la Graña, mientras las otras dos eran frenadas en los altos de Valón.

Las campanas de las iglesias de la comarca no cesaban de sonar avisando al pueblo del peligro que se cernía.

Eran poco más de las siete de la tarde cuando las primeras tropas inglesas comenzaban a tomar posiciones en los altos de la Graña.
 

Las gentes de Brión, huían despavoridas del invasor. Por la carretera que desde el Castillo de San Felipe conduce a la Graña, llegaban a la plaza de la villa muchos de los vecinos que huían ante el temor de la pronta aparición del enemigo, otros se habían embarcado en botes que los trasladó a Mugardos.

En Ferrol fueron reclutados quinientos hombres de la escuadra y del regimiento de Asturias que al mando del comandante del San Agustín, D. Juan de Dios Topete, designado para este cargo por ser el mas antiguo, partieron en dirección al monte de Brión con el objeto de interceptar al enemigo y retrasar lo más posible el avance de los Ingleses. Mas de 700 voluntarios de Ferrol se unieron a los 500 hombres del comandante Topete y juntos partieron rápidamente hacia los altos de la Graña.

A las inmediaciones del campo de batalla se estaban acercando ya las tropas mandadas por el comandante Topete que rápidamente organizó a sus hombres.

Mientras la mañana avanzaba, en el arsenal de la Graña también se empezaban a formar los primeros pelotones para subir al monte. Los primeros en emprender la marcha hacia el frente fue el teniente Manuel Rodríguez, que con el sargento Andrés Pita, éste de Doniños, y 18 marineros comenzaron el ascenso por el camino de la Perdiz hasta llegar al Souto con el objeto de observar y atajar, en la medida de lo posible al enemigo.

El teniente y sus hombres cruzaron los primeros disparos con al invasor, que retrocedió en busca de refuerzos. En este primer contacto con el enemigo resultó herido, aunque no de consideración, el sargento Andrés Pita.

Mientras las tropas de Topete y las de la Graña hacían frente al enemigo, en Ferrol se seguían reclutando hombres para enviar al monte, un total de dos mil soldados se pusieron a las ordenes del conde de Donadío. Los combatientes españoles no sabían a ciencia cierta con quien se estaban enfrentando, los jefes si lo sabían, el primer choque entre ambos bandos fue brutal, causando importantes bajas en ambos lados.

Mientras se luchaba en el frente, en el castillo de San Felipe, por medio de la maestranza, se reforzaban las posiciones con nuevos cañones ya que estaban bastante desguarnecidas por la zona de la gola. También se reforzó el número de defensores con una compañía de Guadalajara.

Diez lanchas cañoneras se situaron al frente del castillo de La Palma formando cordón mandadas por el capitán de fragata D. Francisco Vizcarrondo- Haciendo frente con los arsenales de la Graña se colocó una batería flotante de siete cañones del veinticuatro.

Este grupo lo componían cerca de doscientos hombres entre militares y paisanos voluntarios. Se dividieron en dos grupos, uno al mando del capitán Núñez ascendería por la cara norte del monte y el otro con el teniente Cristóbal por la cara sur tratando de abrirse en abanico lo máximo posible con el objeto de simular ser mas cantidad de hombres.

Los vecinos de Brión, que también se habían armado con toda clase de herramientas agrícolas, se unieron a orillas del río de la Perdiz con el teniente Manuel y sus hombres, que ya caminaban en dirección a Liñares para tomar posiciones. Por la cara oeste del monte se sentía el alboroto del ejercito inglés que ya comenzaba su ascensión hacia el Campo de Cha, mientras en las playas los navíos no cesaban de desembarcar tropas y pertrechos.

La playa de Doniños se encontraba totalmente cubierta de hombres, caballos y máquinas de guerra. En el mar el agua dejó de verse por unas horas, todo eran barcos y botes enfaenados en la descarga de su gran potencial bélico.

Los gritos de los oficiales ingleses organizando el ataque retumbaban por el valle. Los últimos habitantes de Doniños habían huido hacia Ferrol.

En el mar, siete navíos, dos de ellos de tres puentes, seis fragatas, cinco bergantines, dos balandras, una goleta, y ochenta y siete buques de transporte, al mando del general Pultney protegían a los desembarcados.

Más de doce mil hombres componían el ejército inglés, de los que diez mil de ellos, bien pertrechados, ocuparon el arenal y alrededores de Doniños. La banda de tambores y gaitas escocesas rompía con sus sones el rumor del tropel de gentes que se afanaban en subir todo su potencial armamentístico hacia los altos del monte.

En el puerto se hallaba una escuadra española lista para zarpar al mando del teniente general de la Armada D. Joaquín Moreno. Esta escuadra estaba compuesta por los navíos Real Carlos y San Hermenegildo, de 112 cañones; el Argonauta, de 80; el Monarca y el San Agustín, de 74; las fragatas Asunción, Mercedes, Clara y La Paz, de 34; el bergantín Palomo y la balandra Alduides
Las defensas de la Cortina y el baluarte de San Juan ya estaban con los cañones cargados y listos para entrar en combate para la defensa del puerto.
 
 
Había que abortar el ataque por mar de los ingleses. Se había reforzado la guarnición de los castillos de San Felipe, San Carlos, San Cristóbal y Viñas y los de la Palma y San Martín.
Se colocaron en las “enganchiñas” las cadenas de cierre de la boca de la ría entre los castillos de San Felipe y San Martín. Todos los hombres se hacían pocos para defender la plaza ante la gran avalancha inglesa que se avecinaba.
 

Los barcos que se hallaban en el fondeadero de la Graña corrían peligro al estar bajo el fuego enemigo por lo que fueron situados entre la ensenada de la Redonda y a lo largo de la costa del Seixo formando con los que ya estaban allí una media luna, preparándose para entrar en combate, el resto de los buques fueron situados al pie de las baterías del Promontorio en la ensenada de la Malata.

Todas las embarcaciones de la ría estaban a disposición de los defensores, pero en ocasiones se hacían insuficientes dada la gran cantidad de personas que en el muelle se encontraban dispuestas para su traslado a la Graña.

Cortando el acceso a Ferrol por Serantes se encontraba el regimiento de Orense, que situados en formación de a dos para simular ser mas combatientes, dominaban los montes de Cobas, Esmelle y San Xurxo, al igual que los granaderos y cazadores provisionales, que habían llegado desde Xubia, lo hacían en los altos de la Graña.

La formación de las tropas para esta batalla era: al centro las compañías de granaderos de Milicianos, Asturias Inmemorial del rey y Guadalajara; a la derecha los Fusileros del rey, y a la izquierda los de Asturias al mando de sus respectivos jefes D. Rodolfo Gautier y D. Francisco Fulgosio.  Las tropas de primera línea atacaron al enemigo obligándole a retroceder, con grandes pérdidas, de las posiciones privilegiadas que tenían.

El Gobernador Mariscal Conde de Donadío, encargado de la defensa de la plaza, desde el primer momento tomó las riendas de la defensa de los arsenales desde el propio monte. Al abrigo de unos grandes peñascos formó su Cuartel General desde el que dirigía sus escasas tropas.

Hecho ya dueño de las alturas, el conde de Donadio, estiró sus fuerzas para no ser rodeado por el enemigo, como lo intentó en varias ocasiones por la izquierda; previno al brigadier Pedro Landa que avanzase, lo que hicieron con gran valor. Más tarde el conde se retiró con sus fuerzas para la ciudad, con el objeto de tomar posiciones ante un eventual ataque a la plaza.
El alistamiento de civiles a la causa fueron muchos, se puede decir que duplicaban en número a los militares. El goteo de paisanos no ceso en sus incorporaciones al frente, no había edad para la lucha, tenía que valer todo y todos para defender Ferrol, nadie en la comarca quería un segundo Gibraltar en España y el pueblo estaba dispuesto a inmolarse por rechazar al enemigo invasor.

Una ligera brisa del nordeste acompañaba a los combatientes en lo alto del monte, quienes para restar euforia al invasor encendieron multitud de hogueras, hogueras en las que se arrojaba material verde con el objeto de producir mucho humo, con lo que por un lado despistarían al enemigo sobre el número de defensores y por otro el humo les haría más difícil su ya penoso avance. Desde el monte de Canido los vecinos de Ferrol contemplaban el infernal espectáculo.

Los ingleses más avanzados, en número de cuatro mil, estaban próximos al campo de Cha y captaban perfectamente el rugir de la muchedumbre que tenían en frente. El recelo a lo desconocido iba haciendo mella en la soldadesca invasora.

Los ingleses intentaban romper una y otra vez las defensas españolas tratando de cercarlos, más el arrojo de nuestros paisanos y su guerra de guerrillas, causaron importantes bajas en las filas enemigas desbaratando los planes del invasor y mermando la moral en sus filas.

Había que darse prisa, los ingleses iban tomando posiciones en su cerco al castillo de San Felipe.

Todavía faltaba por llegar una brigada reclutada en la Coruña, ésta había intentado desplazarse por mar pero parte de la escuadra inglesa estaba maniobrando para situarse en la ensenada del Río de la Cruz en la boca de la ría con la intención de atacar los castillos desde el mar, por lo que decidieron desembarcar en Ares y trasladarse al Seixo desde donde serían llevados en barcazas hasta la Graña.

El almirante Waren comenzaba a impacientarse por los malos resultados del ataque, quizás que Londres le pidiesen explicaciones de tal desastre, la duda le preocupaba, la noche se le hizo eterna, hasta el punto de no poder conciliar el sueño.

Era la tarde del día 26 de agosto y la calma chicha de la que habían disfrutado para realizar el desembarco los ingleses se estaba terminando, el viento estaba rolando hacia el oeste y el mar empezaba a romper cada vez con más fuerza sobre la costa. Las olas ya empezaban a dificultar el acceso de los botes a la playa. El temor al garreo de las anclas de los navíos empezó a inquietar a sus comandantes que no sabían como se las traía el mar en nuestras costas.

El Almirante ordenó el ataque definitivo sobre el Castillo de San Felipe, ya que el tiempo apremiaba para la entrada de la escuadra en la ría. El ataque se inició en todos los flancos, pero el Castillo resistió la ofensiva gracias a sus dos piezas de artillería y a las lanchas cañoneras, así como al fuego abierto desde el fuerte de La Palma (en la orilla opuesta).

Una partida de ingleses ascendió por el valle de Doniños hasta llegar al alto de Balón, allí se dividió. Uno de los grupos bajó por Balón Vello hasta llegar a San Antonio, el otro se dirigió camino de Brión y desde allí bajando por la Camposa y la Corredoira de la Buxateira llegaron a la calle de San Antonio de la Graña.

Como un reguero de pólvora se corrió la noticia de la penetración de los invasores en la villa de la Graña. El pillaje fue la tónica de los ingleses que no dejaban casa por registrar, casas que se encontraban sin gentes por haber huido todos para esconderse en el monte.

Mientras en el castillo, una vez más el arrojo de los voluntarios y las fuerzas defensoras de la fortaleza rechazaron a los ingleses.
Viendo la imposibilidad de tomar Ferrol ante la regia defensa de sus oponentes, el Almirante Waren ordenó la retirada. Los defensores continuaron con el ataque de guerrillas causando importantes bajas en los atacantes.

En la playa el reembarque de las tropas a los buques se estaba complicando mucho más de lo previsto por el mando inglés, varios botes cargados de pertrechos y personal volcaron por la acción del oleaje causando víctimas entre sus ocupantes. En los arenales de Cobas y de Doniños quedaron abandonados varios de los botes

La noche estaba tocando a su fin, y el alba hacía su aparición sobre los montes de Neda. Los defensores de Ferrol aunque agotados por el esfuerzo del día anterior retomaron entusiasmados las armas. No había que dar baza al enemigo y la sorpresa seguía siendo su mejor arma.

Concluido el reembarque al amanecer del día 27 dio vela toda la expedición. El bochorno sufrido en nuestros montes por los orgullosos soldados ingleses rebasó con mucho la euforia ganada en Gibraltar. En esta ocasión el tiro les había salido por la culata. El dominio inglés en nuestros montes duró treinta y seis horas, y en este asalto los ingleses dejaron gran cantidad de bajas también en la prisión del arsenal varios ingleses quedaron detenidos.


Relato extraído del Libro El Fontelo, Autores: José Antonio y Fernando Couselo Núñez


Fuentes:
 

3 comentarios:

  1. Necesitaba información sobre este suceso sobre todo lo relacionado con el 2º Batallón del Regimiento América que estaba en la guarnición en el Castillo de San Felipe. Es para el 250 aniversario del Regimiento que tendrá lugar este verano. Si me pudiera ayudar se lo agradecería.

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  2. Lo mejor que consulte con el experto en la materia, Roberto Pena, sabe muchísimo de estos temas, un saludo

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  3. Muchas gracias por contestar. ¿Me puede indicar como ponerme en contacto con Roberto Pena?.

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