Sucedió a finales del siglo I d.C., época en la cual toda la península ibérica formaba parte del imperio Romano. Aproximadamente unos 35 - 40 años después de que Jesucristo fuese crucificado, muerto y sepultado en el Calvario, Jerusalén. En el lugar conocido en la actualidad como A Chousa, Balón (Ferrol), alguien introdujo un tesoro dentro de un recipiente de bronce, que posteriormente enterró, escondiéndolo lo mejor que pudo con la previsible idea de recuperarlo posteriormente. Por algún motivo desconocido nunca pudo regresar a buscarlo, y dado el valor de las piezas es evidente que su muerte lo impidió, quedando el tesoro oculto bajo tierra durante casi 2000 años.
El tesoro fue descubierto a principio de los años 40 del siglo XX en el lugar conocido como A Chousa, Barca de Arriba, en su día parroquia de San Román de Doniños, municipio de Serantes, actualmente perteneciente al municipio de Ferrol.
Durante casi dos milenios dicho recipiente permaneció enterrado, hasta que un ferrolano, Don Francisco Bedoya Fojo, mandó limpiar las piedras de una tierra adyacente a la casa donde vivía. El personal de limpieza estaba trabajando próximo al antiguo pozo (entonces gallinero y ahora garaje) cuando tras un golpe de pala encontró un pequeño recipiente de bronce con algo brillante en su interior, que parecían ser salamandras; Sorprendido, buscó al dueño inválido, quien, a caballo, se acercó al pozo. Dada la importancia del hallazgo, temeroso de que se supiera lo que allí había aparecido, lo escondió en el fallado (desván) de la casa, donde estuvo guardado durante unos 10 años. No hace falta decir que el resto de la finca fue cribada metro a metro, sin noticias de encontrar nada más de valor, y sí, muchas piedras sueltas.
Pasado este tiempo, el señor Justo Bedoya (hijo de Francisco) lleva a su hija a Santiago para que la vea el Dr. Echeverri (gran aficionado a la numismática), conociendo la afición del doctor, le hicieron saber lo que tenían guardado. Inmediatamente el Dr. Echeverri, se lo comunicó a su amigo D. José Filgueira Valverde (Director del Museo de Pontevedra) y juntos acordaron que en la próxima consulta de la familia Bedoya, llevaran las piezas en cuestión.
Una vez que el tesoro estuvo en Santiago, tras comprobar su autenticidad, D. José Filgueira Valverde les animó a depositarlo en un museo. Tras llegar a un acuerdo el 12 de octubre de 1953, el tesoro pasó a engrosar las vitrinas del Museo Provincial de Pontevedra, previo pago por parte de la Diputación Provincial de la nada desdeñable cantidad de 30.000 ptas (hoy equivaldría a más de 1.600.000 ptas o 10.000 euros). Al momento de hacer la entrega al museo, la familia Bedoya afirmó desconocer su procedencia, ya que era algo guardado por D. Francisco Bedoya en el desván de la casa.
El tesoro escondido por alguien de la época imperial romana hace unos 1850 años estaba compuesto por los siguientes elementos:
- 1 diadema de oro.
- 2 arracadas (pendientes) de oro de tipo arriñonado.
- 2 arracadas de oro con forma de laberinto.
- 1 anillo signatario de oro con entalle.
- 1 anillo de oro con una piedra (amatista) engarzada.
- 2 áureos, moneda de oro romana que equivalía a 25 denarios datados entre los años 54 y 85 d.C. Uno de Nerón y otro de Domiciano.
- 27 denarios de plata datados entre los años 63 a.C. a 91 d.C.
- 1 recipiente de bronce, que alojó las piezas del tesoro en su interior.
Las monedas, áureos y denarios de plata resultaron ser para los estudiosos de la numismática, de una datación menos compleja. Los dos juegos de arracadas (pendientes) son otra historia. Los arriñonados se dan desde el final de la edad de bronce (1.300 a 700 a. C) siendo de gran uso en las culturas atlánticas. Lo mismo sucede con lo pendientes laberintiformes, diseño muy extendido en la cultura de los castros del noroeste durante la edad de hierro, alcanzando entonces su máximo esplendor la orfebrería gallega. Es decir las monedas no son quienes nos dan la referencia de la antigüedad de las piezas consideradas como joyas (pendientes, diadema y anillos), pudiendo ser el conjunto hallado, fruto de una acumulación en distintas épocas anteriores realizada por distintos personajes.
Sin duda la persona que ocultó el tesoro, en época de la cultura castrexa romanizada, lo hizo por prevención, por cautela y para preservar sus bienes en tiempos convulsos como los que se dieron en el Imperio Romano durante las guerras civiles del 68 y 69 d. C. en Roma, y la inestabilidad del Imperio hasta el 98 d.C. Guerras e inestabilidad política que debido al sistema clientelar de los Emperadores y patricios romanos podría llegar a complicar la vida a algún provinciano de la zona de lo que hoy es Ferrol
En cuanto a por qué Francisco Bedoya decidió guardarlo diez años en su desván, la explicación hay que buscarla en otro hallazgo que se produjo en 1940 en Caldas de Rey (Tesoro de Caldas de Reyes I), donde varios jornaleros que abrían una zanja en una carretera toparon con sus palas con algo metálico que resultó ser otro tesoro, este mucho más valioso en cuanto a peso y antigüedad ya que registraba más de 28 kilos en oro y una datación de mediados de la edad de bronce. Los jornaleros, vendieron en el mercado negro hasta 12 kilos. Pasaron unas Navidades jubilosas, hasta que la Guardia Civil les llamó a la puerta y los puso a disposición judicial. Francisco Bedoya debió de pensar que no eran tiempos como para hacer alardes.
Es en 1953, momento en que lo de Caldas está casi olvidado, cuando don Francisco cede a sus herederos el Tesoro y éstos lo entregan al Museo de Pontevedra a cambio de una cantidad de dinero. Desde entonces se le conoce en los círculos arqueológicos como “Tesoro de Bedoya”.
Cabe mencionar que la zona de Cobas en Ferrol fueron explotadas minas de oro ya en la época del Imperio Romano, fechas próximas con las del supuesto enterramiento del Tesoro de Bedoya. Ver "En Ferrolterra hay oro"
La fiebre del oro de los romanos se llevó de las minas gallegas decenas de toneladas del dorado metal, que luego circularía en forma de monedas llamadas aúreos, durante los dos siglos en los que el Imperio explotó el rico patrimonio mineral del noroeste de la Península. La minería romana en el Noroeste tiene su origen en el comienzo del s. I d.C., al poco tiempo de terminar la conquista, y se implanta al compás de la reestructuración sociopolítica de las comunidades locales dirigida por el Imperio Romano. Los trabajos se extienden hasta el final del s. II d.C , o el comienzo del s. III d.C
Los habitantes del territorio de la antigua Gallaecia pagaban como tributo su trabajo en las minas, de las que se pudieron extraer gran parte de las 190 toneladas que los expertos estiman que Roma sustrajo del Noroeste. Con la cotización actual del oro -sin valor histórico de referencia- el importe de esta cantidad de oro equivaldría hoy a algo más de 5.800 millones de euros.
La minería es la actividad económica de la Antigüedad que mejor ha quedado fosilizada en el paisaje, como una auténtica máquina del tiempo que nos transporta y acerca al esfuerzo de miles de habitantes locales, que cavaron en la dura roca o lavaron toneladas de tierra. Aunque eran fundamentalmente campesinos, dedicaban parte de año a trabajar en las explotaciones auríferas, como parte de sus obligaciones tributarias con Roma.
Los habitantes de los castros antes de la romanización ya habían accedido al oro, pero solo por medio del bateo de los ríos y a escala muy reducida. Por tanto, no cabe la menor duda: La explotación sistemática y extensiva de los recursos auríferos del Noroeste de la Península empieza y termina con el imperio romano. Y ellos fueron los mejores en hacerlo hasta la fecha.
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