CRÓNICA DE UNA DISCRIMINACIÓN SISTEMÁTICA
Por Eloy R. Vidal
Lo que me pasó el viernes pasado en la estación de tren de A Coruña bien se merece una crónica. Así me desahogo y de pasó le hago un honor a la verdad;
El pasado
viernes 19 de abril entré en la estación de tren de A Coruña antes de las diez de la noche,
miré hacia las pantallas y descubrí con horror que el último tren a Ferrol,
programado a las 22:09, se esperaba que llegase a las 23:54. “Algún problema
técnico”, me dijeron los de seguridad, reconociendo con la boca pequeña que “lo
del tren a Ferrol es una locura”. La manida explicación que dan los revisores
ante los continuos retrasos y fallos técnicos es que el trazado de las vías no se ha modernizado en décadas y aunque
el tren sea un Alvia, el maquinista tiene que reducir la velocidad hasta lo
ridículo porque hay riesgo de accidente. En ese caso sería Adif ―entidad
pública adscrita el ministerio de transporte― la responsable de la
discriminación sistemática, sostenida en el tiempo y que amenaza perpetuarse
hasta el próximo siglo, que sufre Ferrol en términos ferroviarios. Vaya por
delante que esto no va de indignarse porque Ferrol sea la única ciudad gallega
que se queda fuera de la alta velocidad ―a las demás llegarán en breve los tan
cacareados trenes Avril y la infraestructura para que lo hagan a Lugo está en
proceso―, pues aquí todavía estamos esperando por lo más básico. Basta con ir a
la página Web de Renfe para entender de qué hablo: ir de La Coruña a Santiago (54 km,75km por carretera),
lleva 27 minutos; A Coruña - Ourense (122 km, 173 km por carretera): 1 h y 17
minutos; A Coruña - Vigo (127 km, 158 por carretera): 1h y 25 minutos… mientras
la distancia que separa A Coruña de Ferrol es de 21 km, 53 km por carretera, el
servicio que ofrece RENFE, única operadora disponible, varía entre la hora y
trece minutos en los Alvia y la hora y veinte minutos en cercanías. Para
hacerlo aún más sangrante, después de haber usado ambos trenes con asiduidad
durante los últimos meses puedo corroborar que, sobre todo en el Alvia, la previsión
de tiempo no se cumple nunca. El retraso “normal” es de unos quince minutos,
pero puede ser mucho mayor si el tren se queda sin suministro de electricidad y
hay que resetearlo (varias veces se apagan y encienden todas las luces, se
abren y cierran todas las puertas), los motores Diésel tienen carraspera o la
rama de un eucalipto se atraviesa en mitad de la vía. A veces el viaje se
suspende, entonces los viajeros tienen que bajarse y hacer el trayecto en
autobús y en realidad esto es lo mejor que les puede ocurrir, porque a Ferrol
se llega mucho antes en autobús ―y en un monopatín eléctrico― que en tren.
El viernes pasado en la estación de trenes de A Coruña, alarmados con la posibilidad de pasarnos dos horas esperando en el andén, yo y otros usuarios fuimos hasta la ventanilla de tickets con la esperanza de que RENFE tuviera la gentileza de poner un autobús. Los sudras ferrolanos no íbamos a tener esa suerte, extraoficialmente se nos dijo que éramos muchos y no cogeríamos en un único vehículo. Así que a esperar. Gracias al cielo no hubo posteriores grandes retrasos y a eso de la una y media de la madrugada el tren chu-chu llegó a la ciudad departamental. Otro día en el paraíso. Es cierto; como aquí, no se vive en ningún lado.
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